Hace unos cuantos artículos que no hablo de contradicciones, pero hoy tengo otra contradicción en mente.

Una de dos, o no tengo claro lo que siento (que creo que sí) o no todos los estados de ánimo, emociones, sentimientos o lo que sea, tienen nombre y definición.

Si antes me observaba, ahora lo hago mucho más, porque me siento rara. Rara en mi vida, rara en mi casa, rara en la calle, rara cuando voy a cualquier sitio. Esa rareza es no tener a mi chico conmigo, lo sé. Pero es que pasa el tiempo, pasan los meses, y me sigo sintiendo diferente. Y no me refiero a la soledad, que también está presente, sino dentro de mí, en lo más profundo. Ha cambiado mi vida, he cambiado yo, pero todo sigue igual… lo más igual que se puede estar, pero sin él. Aparentemente igual, pero completamente diferente, así es mi vida ahora.

Hoy lo hablaba con mi amiga Joanne y le decía (ella me entiende perfectamente) que me siento, como he titulado el artículo, dolorosamente esperanzada.

Siento dolor por un lado, esperanza por otro, y a veces todo junto. Quizá es la certeza que tengo de que todo está “bien”, no como a mí me gustaría, sino con otra modalidad de bienestar.

No quiero centrar el artículo en lo que a mí me pasa, sino utilizarlo para reflexionar contigo.

Ojalá que no hayas tenido situaciones duras en tu vida, aunque me imagino que probablemente sí. A todos nos toca algo, más o menos de cerca, porque la vida tiene episodios que tenemos que pasar sí o sí.

Bueno, quería decirte que, si has pasado por situaciones difíciles, quizá te hayas dado cuenta de que tenemos una parte, que no sé en qué músculo “vive”, que nos anima, nos da fuerza, nos empuja a superar casi cualquier dificultad, y que aparece casi “mágicamente” o por lo menos así lo siento yo.

Tenemos otra parte, que nos permite elegir cómo hacer frente a los problemas y esta quizá sea la que pone en marcha ese músculo que nos ayuda a seguir. Si elegimos seguir con esperanza, aunque con dolor, nos guiará para dar los pasos adecuados; si elegimos rendirnos, sentirnos víctimas y aflojar, también nos guiará para dar los pasos adecuados… para hundirnos.

Pero creo que lo que manda en todo esto es nuestra parte no física, la que no está dibujada en ningún libro de anatomía, esa parte mágica que se alimenta de nuestros pensamientos, de nuestra actitud, que crece en la tranquilidad, que se nutre de la paz, que nos acompaña cuando lloramos, que nos dice que todo está bien, que nos anima a seguir viviendo, porque este viaje es único (en cuanto a que es diferente a los demás, si es que tenemos más vidas…), y que será lo que llamamos nuestro ser interior, ese que lo sabe todo sobre nosotros y que entiende qué necesitamos en cada momento, aunque no nos lo da porque sabe que somos nosotros, “pobres” mortales, los que tenemos que descubrirlo.

Esa es la vida, nadie nos va a decir por dónde, ni cómo, ni cuándo… es ese guía interior que todos tenemos, el que nos descubre, si nosotros queremos, cómo, dónde, cuándo, con quién…

Así de fácil y así de difícil, se resume en “la verdad está dentro de ti” y “ya tienes todas las respuestas”, metafísicamente hablando.

Lo bueno sería entender qué nos quiere decir nuestro guía interior, pero como no nos habla con palabras, ni nos escribe mensajes, ni nos envía Whatsapps… lo mejor es estar recogidos, tranquilos, en silencio y dejar que nuestra mente se calle un ratito, hablo de meditar.

Este es uno de los caminos, el que yo conozco y funciona, para “captar” y entender, aunque no siempre de manera consciente, qué hacer para seguir, para avanzar, para vivir en paz, con tranquilidad, con ilusión, con gratitud, con esperanza… y dejar un espacio al dolor, que también necesita expresarse.

Si no fuera porque sabemos qué es sufrir, no apreciaríamos tanto estar bien.

Lo malo es “anclarnos” en el sufrimiento y que no nos deje ver el paisaje completo.

 

El dolor no es lo mismo que el sufrimiento. El dolor es parte de la vida y viene de perder lo que amamos. El sufrimiento viene de no aceptar lo que pasa, de la idea de que podría ser diferente, de pensar que las cosas tienen que hacerse a tu manera. Del libro «El Esclavo», de Anand Dílvar

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